Hemos presenciado a lo largo de estas semanas, un cada vez más repetitivo fenómeno social, producto del hartazgo popular: El linchamiento de los delincuentes que los vecinos logran capturar.
Es entendible que ante la poca atención que las policías prodigan a la ciudadanía, la misma empiece a tomar la justicia en sus manos y se convierta en juez y parte, al propinarle severas golpizas a los acusados por sus propias víctimas, sin embargo se está perdiendo el estado de derecho y la poca credibilidad que la autoridad conservaban.
Y es que las leyes se crearon para evitar que se cometan abusos, pero cuando estas dejan de ser eficaces por su incorrecta aplicación, generan un malestar que provoca la percepción ciudadana de que la única manera de lograr justicia es ejerciéndola por sus propios medios.
De ahí la importancia de la profesionalización de las policías, de la procuración de equipamiento, de un salario digno y lo más importante, a mi parecer, de crearle la mentalidad al policía de a pie y al ciudadano común del respeto mutuo a los derechos de unos y otros, es decir, que el policía se sienta respetado por el ciudadano y actúe en consecuencia, para merecer ese respeto, con autoridad, con fuerza si es necesario, pero siempre con un estricto apego a la ley y al respeto del ser humano; De esta manera el ciudadano, empezaría a percibir de manera distinta al policía, dejaría de verlo como su enemigo y comenzaría a sentirlo como el guardián de su integridad, el protector de sus intereses.
Suena bien ¿no? Pues esto es posible y tenemos ejemplos muy claros en estados como Nuevo León y Yucatán, donde lograron ese cambio a base de esfuerzo y de no dejar en manos del destino la seguridad de la población, porque quién por omisión permite que se cometa un delito, se convierte en cómplice del delincuente y ya es tiempo de que en Tabasco se agarre el toro por los cuernos y las autoridades empiecen a cumplir la obligación que solemnemente juraron defender.