Ciudad de México, Miércoles 16 de Diciembre de 2020, poderycrítica.- ¿Dónde quedaron los tiempos en donde las elecciones se ganaban por el deseo conjunto y organizado de un cambio ante la desolada realidad? ¿Dónde quedaron los verdaderos luchadores sociales que pensaban más allá de su aspiración política? ¿Dónde quedó la pasión de servir y no de servirse del poder? ¿Acaso existieron alguna vez en nuestro hoy sistema democrático?
Escribo estas líneas para llamar a la reflexión, a la concientización y a la reivindicación. Hagamos la diferencia en nuestro entorno inmediato, tratemos de sumar y no seguir dividiendo, nuestras futuras generaciones nos lo agradecerán. Aquí no hay personas importantes o menos importantes, todos, sin excepción, podemos marcar esa diferencia desde la trinchera en la que cada uno nos encontramos.
La palabra política es un vocablo que viene del griego de la “politeia”, es decir, de la “Teoría de la Polis”. Polis por otra parte significa ciudad. Dice Noemí Elicia Martorelli que la política también está íntimamente ligada a la “paideia”, es decir, la educación.
También se dice que la palabra política viene de la expresión “politiké techne”, que significa el arte propio de los ciudadanos, el arte de vivir en sociedad y el arte de las cosas del Estado. Para Canel (1999), “la política hace referencia a un arte, a una actividad. No es un saber teórico a priori apoyado en una regla fijas”. Para resumir, como seres sociales, todos somos agentes políticos.
Delfino y Zubieta (2010), dicen que “la participación política ha sido considerada durante mucho tiempo a través de su forma de expresión más habitual: el voto. Sin embargo, el voto es uno más entre muchos recursos de los que dispone el sujeto para incidir en el mundo político”.
Cada forma de participación política se caracterizaría entonces por ser en alguna medida:
- a) declarada o encubierta,
- b) autónoma o de conformidad,
- c) de acercamiento o de evitación,
- d) episódica o continua,
- e) de entrada/ ingreso o de salida/utilización,
- f) expresiva o instrumental,
- g) verbal o no verbal,
- h) de mayor o menor interacción social.
Lo delicado de este asunto es cuando además de las campañas mediáticas se busca alterar la voluntad popular con el reparto estratégico de dádivas, al viejo estilo romano de “al pueblo pan y circo”. Dice Cristina Reynoso (2018), “los gobernantes de la antigua Roma acostumbraban ofrecer al pueblo pan y circo a cambio de obediencia, de su confianza y —sobre todo— de mantenerse alejados de los asuntos que preferían conservar dentro del círculo político”.
Es aquí donde cobra notable relevancia la Teoría de la Hegemonía Cultural del italiano Antonio Gramsci que describe cómo el Estado, la clase capitalista gobernante y la propia burguesía, utilizan las instituciones culturales para mantener el poder en las sociedades capitalistas. Para Gramsci es reprobable que una clase social trate de dominar a otra promoviendo sus propios intereses económicos estrechos.
“La cultura hegemónica propaga sus propios valores y normas para que se conviertan en valores de sentido común de todos y, por lo tanto, mantengan el status quo. El poder hegemónico se usa para mantener el consentimiento del orden capitalista, en lugar del poder coercitivo que usa la fuerza para mantener el orden. Esta hegemonía cultural es producida y reproducida por la clase dominante a través de las instituciones que forman la superestructura”, Gramsci y Patriarchi (1999).
Es por ello sumamente importante que comencemos atrevernos a desafiar a al poder hegemónico construyendo una contrahegemonía sustentada un nuevo modelo de educación que se pueda desarrollar por intelectuales de clase trabajadora. “Sus ideas sobre un sistema educativo para este propósito correspondan con la noción de pedagogía crítica y educación popular como fue teorizada y practicada por Paulo Freire en Brasil”,(Gramsci y Patriarchi, 1999).
Como sociedad necesitamos entonces más voluntad, voluntad para dar la pelea en la lucha de clases, más voluntad para participar en la construcción del cambio verdadero, pero sobre todo, más voluntad para romper las cadenas que se nos han impuesto a nuestro subconsciente para mantenernos atados en el círculo vicioso de la subordinación, la apatía y el conformismo.
Cuando creemos que nuestra obligación constitucional como ciudadanos mexicanos se limita a solo salir a emitir nuestro voto el día de las elecciones en cada proceso electoral, definitivamente requerimos una sacudida no solo de realidad sino de nacionalismo.
De acuerdo con Gellner y Setó (1988), “el nacionalismo es un principio político que sostiene que debe haber congruencia entre la unidad nacional y la política” (Gellner y Setó, 1988:13). Por otra parte, podemos entender a los principios políticos como la base ideológica y ética que rige el comportamiento de un grupo de individuos organizados que buscan administrar el Estado asentado en determinado territorio geográfico.
En palabras llanas, ser nacionalista es respetar, valorar y defender el territorio que nos vio nacer, hacer todo lo que está en nuestras manos para mejorar, en lo que sea posible, las condiciones en dicho territorio, diría el Dr. Arturo Burnes Ortíz,profesor e investigador de la Unidad Académica de Economía de la UAZ, el amor al terruño.
Por otra parte, si bien, la política la podemos definir como el arte de gobernar y para ello debe de existir una gran disposición y responsabilidad para servir y no servirse del poder, desafortunadamente en nuestra realidad mexicana pareciera que predomina lo segundo con respecto a lo primero, gran parte de nuestra clase política cuando llegan a un cargo de elección popular se encuentra más interesado en ver la manera de seguir escalando políticamente que en hacer su trabajo al servicio de los ciudadanos.
Si bien, es válido que los ciudadanos no les interese participar de manera activa en la vida pública ni política porque la consideran como pusilánime y voraz, se les olvida que si ha llegado a hacer pusilánime y voraz es precisamente por esa postura de indiferencia y divisionismo.
Como bien escribió el teórico marxista Antonio Gramsci (1891-1937) “la indiferencia es el peso muerto de la historia. La indiferencia opera potentemente en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad; aquello con que no se puede contar. Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Es la materia bruta desbaratadora de la inteligencia. Lo que sucede, el mal que se abate sobre todos, acontece porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, permite la promulgación de leyes, que solo la revuelta podrá derogar”.
¡Basta que solo unos cuantos decidan por nosotros!
¡Basta de opresión a la clase trabajadora!
¡Basta de una distribución inequitativa de la riqueza que hace más ricos a los ricos y más pobres a los pobres!
Hago un llamado a la contrahegemonía.
Fuentes:
- Canel, M. J. (1999). Comunicación política. Técnicas y estrategias para la sociedad de la información. Madrid: Tecnos.
- Delfino, G. I., & Zubieta, E. M. (2010). Participación política: concepto y modalidades. Anuario de investigaciones, 17, 211-220.
- Gramsci, A., & Patriarchi, A. (1999). Antonio Gramsci. ElecBook, the Electric Book Company.
- Gellner, E., & Setó, J. (1988). Naciones y nacionalismo. Madrid: Alianza.
- Lechner, N. (1996). La política ya no es lo que fue. Instituto de Estudios Peruanos.
- Saldierna, G. (2020, 5 enero). El proceso electoral 2020-2021, el más grande y complejo de la historia: INE. La Jornada. https://www.jornada.com.mx/2020/01/05/politica/006n1pol
Por Renata Ávila
Maestra en economía regional y sectorial